El paso de Dios por nuestra vida es sabio y pedagógico, estamos llamadas desde el principio, invitadas a estar con El, nos congrega con la fuerza de su Espíritu para formar parte de una familia que va más allá de los vínculos carnales, estos son los espirituales: LA CONGREGACION. Desde allí nos sigue llamando a responder a tareas concretas, encaminadas a la urgencia del anuncio del Reino desde formas y circunstancias concretas, con especial atención del pobre, del necesitado, del que busca caminos, respuestas y horizonte en su caminar; ellos son los preferidos y amados por Dios.

 

Es por ello que nuestra respuesta como consagradas es una de las formas de hacer visible el rostro de Dios, impalpable e innaccesible para muchos, para otros desconocido y para quienes han hecho camino de fe, el ¨camino, verdad y vida¨. Asumido desde esta perspectiva, brota la llamada a ser las buscadoras de Dios, que en el ser y hacer concreto de la misma vida, se descubra la voz del Padre, confiadas en El entreguemos el sufrimiento, la alegría, la desesperanza existente en el mundo. De esta manera, su llamada a pesar de ser única, se hace eco en la cotidianidad de nuestra vida, moviendo nuestro ser a un sí constante y fidelidad permanente.

 

Como hermanas de una misma Congregación, nuestra tarea de predicar y anunciar el evangelio desde las multiples formas y propias dominicanas es la misma, esta se expresa de forma viva y elocuente en la misión común y concreta que cada una de las comunidades va realizando en el mundo entero, respondiendo a los retos que cada contexto y situación va presentando, haciendo eco la Palabra del Señor a la invitación del anuncio, de la respuesta a la misión: ¨Vayan, pues y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos… yo estoy con ustedes hasta el fín de la historia¨ (Mt 28,16-20).

 

De esta manera, la Palabra se ha ido haciendo presente en los distintos puntos de la tierra, donde la Congregación se ha sentido tocada y llamada por el Señor a través de la fuerza del Espíritu Santo. Es así como el día 7 de octubre del año 2008 hacemos presencia en continente Asiático, abriendo puertas a la esperanza, deseosas de ver frutos nuevos y vivos por la fuerza del Amor que nos ha impulsado. Para el presente año, ya son cuatro los años de presencia en este País (Tailandia), donde basadas en un cúmulo de experiencias ya vividas, podríamos decir que han sido muchos los aprendizajes, como muchas las razones para agradecer tanto don y bondad entregada por Dios en cada experiencia vivida.

 

Es así como la respuesta en ejercicio de formar parte de los llamados al anuncio en tierra asiática, se ha convertido para cada una de nosotras en una experiencia de contínuo nacimiento, permitiéndonos comprender desde perspectivas nuevas aquel diálogo que Jesús tuvo con Nicodemo: ¨En verdad te digo que nadie puede ver el Reino de Dios si no nace de nuevo¨ (Jn 3,3), experiencia profundizada desde muchas perspetivas, lo cual se ha ido convirtiendo en una de las razones para proclamar con mayor fuerza el Amor de Dios al ser humano, proclamarle como ¨camino, verdad y vida¨ (Jn 14,6), acompañado de la convicción que vivir en esta verdad nos trae al corazón y vida de la Congregación presente en Tailandia en esta pequeña comunidad.

 

Cada año ha sido la experiencia de la fecundidad del amor, de experiencias, como de vidas entregadas a nuestro cargo, para ser educadas, acompañadas y amadas desde la propuesta que Jesús nos hace en el Evangelio y desde la práctica pedagógica que Nuestra Madre Teresa nos ha dejado: ¨formar mentes, manos y corazón¨ para Dios, para ellas mismas, y para un buen desempeño en la sociedad. 

 

Las experiencias vividas, forjadas y realizadas durante estos cuatro años, también son motivo alabanza y gratitud a Dios, a María que acompaña y dirige nuestro caminar cada día, y quienes han hecho posible esta labor en Tailandia. Agradecemos profundamente a la Curia General que acompaña esta labor de manera continua y diligente.

 

La generosidad de cada una de las comunidades que se han ido haciendo presente con oraciones, recuerdos y también con recursos económicos. La confianza y solidaridad de nuestros benefactores, que comparten lo que tienen para hacer viva la esperanza en cada una de las niñas que se ven beneficiadas de tan gran y noble gesto de amor con ellas. Y a todas las personas que desde dentro y fuera de la Congregación, se sienten parte viva de esta misión y participan de acuerdo a los recursos y medios posibles.

Niñas Casa Hogar, Nuestra Señora del Rosario. Tailandia
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